jueves, 28 de enero de 2010

Últimos trabajos














Mi asesino

Carlos estaba rodeado de enemigos. La noche los ocultaba y su pelotón no respondía a sus señales de auxilio. Había sido enviado a Nuevo Madrid durante la segunda guerra del tiempo. En la primera, perdió a muchos de sus camaradas. Ahora creyó por primera vez que allí encontraría su final. Oyó unos pasos y sacó su cuchillo. No quería atraer la atención de otros. Aguardó temblando de pánico a que su enemigo doblara la esquina. Estaba dispuesto a propinarle un certero golpe en su corazón. Como un rayo, le clavó su navaja y al mirar su cara, Carlos descubrió que se había suicidado.



Vuelta a la normalidad

Tras un desengaño amoroso, mi tío, ese lector caníbal, atravesó un periodo turbulento en el que llegó a jugarse la vida repetidas veces. En ese tiempo, interrumpió la ingesta de libros para convertirse en un renacido caballero andante. Retiró todos sus ahorros del banco y los repartió en una iglesia durante la misa de doce mientras imploraba el perdón de todos. En otra ocasión, intentó enrolarse en la legión seducido por la historia de Beau geste, pero fue rechazado cuando en el banderín de enganche dijo que traía nuevas ideas para renovar la institución castrense. Posteriormente, dio con sus huesos en un centro psiquiátrico cuando, siguiendo a su nueva Dulcinea que embarcaba para Manila, intentó secuestrar un avión con un cuchillo de cocina. Cuando le dieron el alta, se fue a la madrileña cuesta de Moyano y compró por un duro un libro titulado Les meves amigues les roses. Con el libro bajo el brazo buscó un lugar discreto en el Parque del Retiro donde darse un merecido festín.

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